Desde pequeña me
han enseñado que por muchas vueltas que diese la vida nunca debía dejar de
"tocar con los pies en el suelo". Tres cuartas partes de ésta, desde
los siete hasta hoy, me la he pasado con los pies en el agua, nadando entre mil
burbujas. Aprendiendo a dominar un medio ingrávido, compartiendo aciertos y
errores con muchas personas distintas que han marcado mi vida.
En el mundo acuático
no hay límites ni fronteras, incluso pierdes la noción temporal. Eres tú contra el agua, un medio sobre el que
debes fluir y estabilizarte constantemente. A lo largo del tiempo me he dado
cuenta de que todos los que formamos o hemos formado parte de éste mundo tenemos algo
especial en nuestra forma de ser, el poder de mantenernos sobre algo tan
inestable como versátil nos da pistas para enfrentar cualquier situación
externa. En el agua debes estar siempre alerta, ser muy observadora, ágil y a la vez paciente
porque las cosas no suelen salir a la primera.
Yo empecé a hacer
sincronizada casi a la vez que aprendía a leer. Salía del cole cada día con una
mochila llena de libros y otra con el bañador, la toalla y las pinzas de la
nariz. A medida que crecía como persona fui madurando como deportista, con la convicción
de que todo lo que no podía aprender de llevar una “vida normal” lo aprendería de
otra forma en el mundo del deporte.
Por supuesto cada brazada y paso que he dado en éste camino lo he hecho acompañada de un entorno inmejorable: mi familia, amigos, compañeras de equipo, entrenadores, médicos, fisios, psicólogos... Y así poco a poco he ido descubriendo nuevas herramientas con las que ahora me protejo y utilizo ante cualquier situación,
cuando de vez en cuando mis pies tocan el suelo...
Clara