viernes, 11 de diciembre de 2015

...Se hace camino al nadar


Parte II


El otro día os hablaba de nuestro peregrinaje por el Camino de Santiago, pero con una sola entrada no tenia suficiente para centrarme en el "día de la hecatombe", que es cuando la cosa se puso interesante. Se nos hizo tan largo ese 27 de octubre que en mi libreta ocupaba un montón de páginas... Fue la etapa más difícil del Camino, tanto mental como físicamente, después de cuatro días caminando. Creo que solo en verano estamos tanto tiempo tocando tierra y ninguna se dedica a hacer excursiones de casi 40 km. Espero que mi relato haga justicia a la aventura que vivimos ese día. Os dejo con la segunda parte.


5ª etapa: Melide - Lavacolla, 39 km


Desde las 5:15h de la mañana hasta las 5:20h ha estado sonando una alarma hasta el punto de convertirse en música de ambiente, ya que nadie parecía tener especial interés en apagarla. Como cada día, nos hemos dispuesto a recoger sacos, ropa tendida, toallas y prepararnos con vaselina, Compeed (corren rumores de que el equipo de sincro ha salvado a la empresa de la crisis), esparadrapos diversos, linternas, cintas…


Ona cantando: "soy minero!" a las 5:30 de la madrugada

Más o menos en silencio hemos empezado a caminar, conscientes de lo que nos esperaba, pero con la alegría que nos caracteriza. Después de dos horas hemos hecho la parada de rigor para desayunar en la Pensión-bar Santiago y en un abrir y cerrar de ojos la cocina se ha convertido en un taller acelerado y multitudinario de camarero auxiliar. Cafés americanos por aquí, chocolates calientes y croissants por allá, 1, 2, 3, 4, “si quieres hacemos pantumaca que sabemos mucho en Catalunya”, 5, 6, 7, 8, “pásame la sierra que corto el pan”, calentando la leche con el mítico pitorro, batiendo los huevos de la tortilla… Como Pedro por su casa versión sincronizada.


Andrea en su salsa, llevando el cotarro del bar

Hemos cruzado bosques, sendas, prados, caminos de cabras, puentes, túneles, pueblos, calles, callejones, carreteras, hemos subido escaleras, bajado cuestas, saltado charcos y rodeado rebaños de todo tipo. Durante el trayecto, como cada día, nos hemos ido separado y juntando entre unas y otras, ayudándonos a hacerlo más llevadero y rescatándonos mutuamente en los momentos de bajón. La lluvia también nos ha acompañado a ratos, como una sombra pegajosa, enganchada a nuestras zapatillas llenas de barro. De repente, como un relámpago mental, se me ha ocurrido que nunca antes había cruzado a pie dos comunidades autónomas (desde Villafranca del Bierzo, León hasta Santiago de Compostela, Galicia) y Ona ha constatado convencidísima que ni en un año seremos capaces de andar lo que andemos en estos 6 días.

Dirección Arzua han empezado a aparecer las primeras bajas de personal, Laia con una pierna medio paralizada, Gemma haciendo un puzzle con los pedazos de su cadera post embarazo, Irene caminando un paso hacia adelante y tres hacia atrás... Esto es una locura. Nuestras articulaciones no están acostumbradas a aguantar el impacto con el suelo tantas horas seguidas.


Técnicas profesionales de reposo
Esquivando charcos de barro

La cosa empezaba a ponerse difícil cuando nuestros pasos nos han conducido hasta una casita apartada al margen de la carretera en forma de bar. Subiendo los peldaños de la entrada hemos detectado un cartel gigante con la frase “El Camino de Santiago acaba aquí”. Y curiosas como somos no hemos podido evitar adentrarnos en él. Alguna mente perturbada pensará que quizás detrás de la puerta nos esperaba un sicario para fusilarnos a todos, y hacer justicia al cartel de bienvenida, pero por suerte aún no había llegado nuestra hora... Nos hemos encontrado en una especie de antro pintado de verde y lleno de pósters de los grupos de música más conocidos, desconocidos, frikis y refrikis de la historia. Las paredes y el techo con una superpoblación de 3.572 escritos por metro cuadrado, donde sin duda hemos hecho nuestra pequeña aportación literaria.


Frase marcada para siempre en el techo superpoblado del bar:
"Aunque nos encontremos como un pez fuera del agua seguiremos haciendo camino..."

La mujer del bar, moviéndose al ritmo de la música, ha llegado a nuestra mesa con el último de los 21 bocadillos que ha preparado en menos de 10 minutos gritando ¡misión cumplida! Detrás suyo, apoyado en la barra del bar, un alcohólico con serias dificultades para sujetarse a sí mismo intentaba sujetar una cerveza con la mano mientras la periodista infiltrada del grupo (léase Clara Basiana), subida a una mesa de dudosa estabilidad, ha estado arriesgando su vida escribiendo en el techo del antro, con las ideas creativas del grupo de redacción formado por Andròmina y Bet. A su lado Jaume, nuestro sherpa, transportado por el alma de Barry Gibb, nos ha dedicado la mejor coreografía de los Bee Gees acompañado por Victor, nuestro preparador físico, con una voz que ni el más preparado de la Escolanía de Montserrat. En la retaguardia, el público restante: Paula, Ona, Anna, Ire, Cris, Marga, Thaïs ha estado a punto de ahogarse de la risa, pero finalmente ha logrado sobreponerse y seguir el ritmo de la performance grupal dando golpes en las mesas al estilo Mayumaná. Todo esto bajo la supervisión del cámara Alex, que en su condición de infiltrado ha enviado todas las imágenes a “Sé lo que hicisteis (en Santiago)”.

Trajín de personas en el antro musical

Pero cuando ya estábamos a punto de perder la noción del tiempo, nos hemos dado cuenta de que nuestro Camino “no acababa allí”, como profanaban las paredes de ese lugar, sino en Santiago de Compostela. Así que después de estos momentos de delirio, tan surrealistas como imprescindibles cuando el cansancio se apodera de cada uno de los capilares, fascias, músculos, articulaciones, cartílagos, huesos y órganos de tu cuerpo, hemos proseguido con la marcha hacia “Santiago de vaya tela”.

Pase lo que pase la peluquería no puede faltar
Mensajes por el camino que permiten
hacerte por lo menos tres reflexiones:

1. Hay alguien del equipo que te quiere
2. Sea quien sea va más adelantado que tu
3. Como no espabiles te quedas sin pulpo
a la gallega
















Después de comer, la mochila empezaba a pesar un poco más y los pies empezaban a levantarse del suelo un poco menos, pero todavía nos quedaban fuerzas para seguir interpretando escenas musicales por el camino. Irene y yo nos hemos recreado más de una hora con la representación de “Elephant love song” de Moulin Rouge que de tan memorizada algún día podremos recitarla del revés... Pero cuando hemos visto que empezaba a oscurecer y nuestro destino no llegaba nunca se han acabado las cancioncitas y la tontería y nos hemos planteado encender el modo supervivencia. Nada de gastar energías inútilmente.

-¿Cuántas horas llevamos caminando?-. Irene ha lanzado la pregunta al aire, pero creo que a todos los que andábamos con ella en ese momento se nos ha ocurrido lo mismo... Hemos empezado con la salida del sol y ya no queda ni rastro de luz. El silencio sepulcral que ha sustituido nuestras risas, canciones y temas de conversa ha acentuado todavía más el ruido de los pasos encharcados y el sonido entrecortado de nuestra respiración, muy evidente en las cuestas del camino. Esto me ha resultado bastante agobiante, supongo que en el agua, con la música a tope y mil cosas en las que pensar pocas veces percibimos estos detalles.


Los últimos rayos de sol escondiéndose detrás de las montañas

El equipo se ha ido fragmentando en pequeños grupos. Íbamos con las linternas colgando de la cabeza, igual que cuando hemos salido a las 6 de la mañana, muertas de frío y con calambres por todo el cuerpo, con la voz de Jaume resonando en nuestras cabezas: “Adelante, siempre hacia adelante”. Aunque nos guiábamos por las flechas y conchas amarillas que señalan el Camino, la falta de luz y el déficit de atención provocado por el cansancio nos ha hecho perder la ruta en diversas ocasiones y, como no estaba el horno para bollos, al final hemos optado por preguntar en cada esquina.

La noche nos ha cogido desprevenidas. La consigna era llegar al hostal San Paio, pero durante un buen rato nos ha parecido que más bien algún "paio" había escondido una cámara oculta y todo era una farsa como el show de Truman, pues cada persona a quién que le preguntábamos nos enviaba hacia un sitio diferente y cada pueblo tenía un nombre más raro que el anterior. Vilachá, Alvarín, Requesende...

La cosa se ha puesto complicada cuando en un momento dado, donde supuestamente quedaban 3 km para llegar al hostal, un campesino nos ha confesado que todavía quedaban unos 7. Eran casi las diez de la noche. Creo que en esta fase de incertidumbre hemos pasado por todos los estados mentales posibles: desde la risa floja hasta el nerviosismo descontrolado, pasando por incisos de pánico irracional, voz temblorosa y la típica lagrimilla que intentas disimular diciendo que te ha entrado algo en el ojo.


Caminando en silencio para ahorrar energías


El último tramo


Después de más de 12 horas peregrinando, Sara y yo hemos entrado en una fase grave de delirio. Nos hemos perdido en medio del bosque, sin rastro de las demás, casi sin pilas en las linternas frontales, con un hambre terrible, y de nuestros propios pasos nos ha entrado la psicosis de que nos estaba persiguiendo una manada de lobos. Llevábamos un buen rato andando sin hablar, ahorrando cualquier tipo de energía para el siguiente paso y de repente nos hemos dado cuenta de que a las dos “nos había entrado algo en el ojo”.

El viaje se había prolongado mucho más de la cuenta, entre las locuras del antro musical, los desvíos innecesarios y el pequeño detalle de juntar dos etapas en una. César, nuestro fisio, llevaba la cuenta de los quilómetros y ya hacía horas que habíamos superado los 30. Yo no sentía los pies, como si poco a poco se me hubiese acabado la gasolina y mi cuerpo estuviera moviéndose por la inercia del viento a mis espaldas. Durante un instante incluso he sopesado la opción de tirarme al suelo como hacemos a veces en la superficie del agua, lo que llamamos “hacer el muerto”, para relajar todos los músculos dejándote llevar por la hipogravedad. Pero ir disfrazada de barro viviente hasta llegar al hostal no me ha acabado de convencer, así que he acabado descartando la idea.

El hostal más buscado de la historia
del Camino de Santiago
Finalmente, como en las pelis, en la batalla Gertru (el saboteador oficial de nuestro equipo) vs. Espíritu luchador siempre acaba perdiendo el débil y cuando creíamos que estábamos viendo la luz al final del túnel nos hemos dado cuenta de que era la luz del hostal. No se de donde hemos sacado las fuerzas pero la cuestión es que lo hemos conseguido. Cuando hemos entrado por la puerta, el “paio” de San Paio nos esperaba un poco alarmado por el estado de salud del equipo, que ya había ido llegando en fascículos. Pero el arroz con bogavante que nos había preparado con mucho cariño ha resultado muy reconfortante.

Hemos recorrido 39 km. No llevo reloj pero sé que hemos salido sobre las 6h de la mañana y cuando entrábamos al hostal debían de ser las 22h pasadas. Nunca hubiese imaginado que más de medio día caminando sería muchísimo peor que pasarlo nadando. Esto supera cualquier entreno de los nuestros, de 8 o hasta 10 horas en el agua, que luego llegamos a casa y no podemos ni subir por las escaleras, como si hubiéramos vuelto de una guerra civil. A veces salir de tu propia burbuja y cambiar de perspectiva te hace crecer a marchas forzadas.

Sé que algún día vamos a reírnos mucho de lo que hemos vivido hoy, los pies de Hobbit, la luz al final del túnel, los ataques de locura… Pero algo en nuestra percepción de los límites físicos y mentales ha cambiado, y eso sí es un gran paso en el camino de nuestra carrera deportiva.

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