domingo, 9 de noviembre de 2014

Cómo conocimos a Michael Phelps

De repente estás ahí. Te giras un momento y chocas con Kobe Bryant, levantas la vista y ves cinco aros gigantes colgando de una farola, gente de todas las culturas, una llama que impregna el pebetero y tú, sintiendo su calor en la cara te pellizcas un momento en el brazo, por si acaso es un sueño, pero no.

Estás en el estadio olímpico, rodeada de los mejores deportistas de todo el planeta, que hace unos años veías competir desde la tele de tu casa. Observas como los ojos de tus compañeras también se empañan con el típico velo lagrimoso de “hago ver que me ha entrado algo en el ojo”, mientras por su cabeza también pasan mil imágenes de cuatro años eternos que por fin se acercan a su culminación.


Selfie tembloroso y desenfocado por la emoción en el London Olympic Estadium,
con Pau Gasol como abanderado de España.

De izquierda a derecha: Andrea, Irene, Clara, Ona y un poco de Thaïs con el
maravilloso vestuario made in Bosco entre los compañeros de delegación.

Ya ha empezado la cuenta atrás. Llegamos a la zona de entrenamiento acuático, que compartimos con natación, waterpolo y aguas abiertas. El panorama es: una planta con más de 10 piscinas olímpicas alineadas consecutivamente a las que llegas por medio de un pasillo infinito, repletas de nadadores/as. Más o menos como en tu club, pero sin el carril “tortuga” para socios. Dentro de esa enorme infraestructura, justo en frente de las piscinas, está la zona de calentamiento con colchonetas, fit-balls, gomas, pesos y todo lo que puedas imaginar para entrar en calor en ese lugar semi-congelado de Londres cuyo nombre era Eton Manor. (Ahora viene cuando Ona diría: -Se puede saber cómo te acuerdas de todas las piscinas y lugares a donde vamos?)



El equipo preparado para entrenar en Londres. Foto de Leilani Torres.

Total, que llegamos allí con la boca abierta, como siempre dispuestas a trabajar. Antes de ir al agua, hacemos una tabla de calentamiento todas juntas en círculo, donde cada una cuenta en voz alta las repeticiones de un ejercicio diferente. Pero como buenas aprendices de gimnasia artística, de la cual hemos sacado la idea de calentar en grupo, tenemos que acabar siempre con un estiramiento llamado “toma, toma, dale, dale” (si no os queda claro con la onomatopeya y queréis una demostración cualquier gimnasta os la hará encantado, ellos son los inventores de esta coña). Y como el tema en sí es realmente cómico, nosotras lo exageramos todavía más gritando tonterías.

Así que tú imagínate la estampa, justo en el momento que empezamos a hacer el último ejercicio aparece por ahí un hombre encapuchado de dimensiones considerables y se nos queda mirando fijamente, mientras todas empezamos “ay, ay, uy, uy”… Y justo cuando empieza a irse, un poco intimidado por las circunstancias, se quita la capucha del albornoz… Y en ese preciso instante nos damos cuenta de que acabamos de conocer a Michael Phelps.


Michael Phelps. Sospechamos que se estaba acordando de nuestra presentación en las piscinas de Eton Manor.

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