Como comprenderéis,
más de 10 horas de entreno al día serían totalmente imposibles sin un descanso
intermedio, y este descanso intermedio no tendría sentido sin una buena siesta.
Para las que son
de fuera y viven en el CAR las condiciones de una siesta decente han estado
siempre garantizadas: cama, sábanas, ventanas con persiana, silencio... Pero para
las que no tenemos habitación la cosa se complica.
Hace años (en
generaciones antiguas) el momento siesta de las externas consistía en buscar el
rincón con más sombra del césped, asaltar el gimnasio de artística para
estirarte en la primera colchoneta que pillaras o directamente tumbarte con los
brazos cruzados encima de la mesa de la cafetería cual indigente.
La foto peor tomada de la historia que ilustra una realidad: siesta en el césped con fantástica mochila reposapies |
Así pues, para
poner fin a esta trágica situación, decidimos pasar a mejor vida y solicitamos
un espacio para poder descansar entre el entreno de la mañana (de 8 a 14h) y el
de la tarde (de 16 a 20h).
Al principio nos dieron una habitación de cuatro,
con el pequeño inconveniente de que éramos seis. Irene, la más práctica, se
desentendió del tema y acabó siendo adoptada en la suite nupcial de Thaïs,
mientras las otras: Andrea, Ona, Paula, Cris y yo nos pasábamos el día haciendo
una remasterización del “juego de las sillas” a camas. Porque, entre tú y yo, aunque
siempre hemos sido muy respetuosas entre nosotras, la hora de la siesta es
sagrada y el tema acabó siendo una locura de “marica el último”. Y la que se quedaba fuera... ¡A buscarse la vida! Además cada dos días nos
cambiaban el número de habitación, según la distribución de las diversas concentraciones deportivas en el centro, cosa que si olvidabas te podía llevar a una situación bastante incómoda y surrealista entrando en un cuarto lleno de chicos musculosos hablando en alemán cuando en realidad tu esperabas encontrar a tus
compañeras durmiendo en la cama…
Total, que con
tanto lío en vez de descansar nos cansábamos todavía más y finalmente el CAR
habilitó un despacho con algunos colchones y mantas en el suelo para que las
niñas de sincro pudiesen hacer la siesta de una vez. Automáticamente ese
espacio fue bautizado como El nido del cuco, sea en honor a la película de Jack
Nicholson (si la habéis visto igual atáis cabos en relación a nuestra salud mental), sea por nuestra pinta de
pajarillos enjaulados, o por la ironía de varios trabajadores del CAR que en realidad
nos quieren un montón.
Un guiño a Ramon: promotor del nombre de la sala e inventor de este súper llavero! |
Actualmente, como
somos unas cuantas más, El nido del cuco ha sido trasladado a un espacio mucho
más grande donde dormimos rollo patera. Pero, aun y así, la esencia del lugar
sigue siendo la misma. Además de dormir solemos comentar la jugada, nos
acordamos de aquello y de lo otro y siempre hay el típico momento de
complicidad cuando sabes que la de al lado está despierta y a una le da tal
espasmo que tira los cojines por el suelo o se pone a soñar en voz alta… Nos miramos
con la típica risa disimulada para no hacer ruido, pensando que en unos minutos
cuando nos sumerjamos en la merecida siesta nosotras estaremos igual.
Momento donde algunas se encuentran en la fase REM mientras las otras la iniciarán en pocos minutos |
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