El otro día
estaba hablando con Irene, en una conexión Sierra Nevada-Missouri a 7.000 km de
distancia, de una exposición que le habían pedido en la asignatura “oral
comunication” de la uni sobre “Por qué no debes apuntar a tu hija a sincronizada”.
Antes que nada os
presento a Irene, la persona con quién he pasado más horas de mi vida, tanto
fuera como dentro del agua. Empezamos a hacer sincro juntas a los siete años. Hubo
una época en que, como somos vecinas, su padre nos recogía a las 7 de la mañana
para ir al centro de tecnificación de la Blume y mi madre nos dejaba en casa a
las 21 de la noche. Allí entrenábamos e íbamos a la misma clase, nos teníamos
más vistas que el Tebeo. Luego entramos en el CAR, nos sacamos el carnet de
conducir y cada una iba por su cuenta, así que en vez de pasar 14h al día
juntas, pasábamos 13h 20’. Nuestras familias nos querían cortar la línea telefónica
porque incluso al llegar a casa nos llamábamos para comentar lo que no nos
había dado tiempo. Hemos nadado desde competiciones nacionales hasta unas olimpiadas y en nuestro tiempo libre somos compañeras de viaje: ella es la organizada y yo la
espontánea así que nos complementamos como el Ying y el Yang. Hace un año ella
se fue a entrenar y estudiar a EUA, con lo que nuestros caminos se separaron, pero
gracias a Mr. Skype parece que todavía seamos vecinas.
En Costa Rica, como siempre entre mil burbujas |
Volviendo a
nuestra conversación, empezamos a enumerar las cosas que odiamos de la sincro
(nunca lo hacemos, era solo para su exposición oral…).
- Levántate pronto y cuando casi empiezas a saber dónde estás y cómo te llamas… zas! ¡Al agua patos! Ahora todos estaréis pensando: ¿Pero de que os quejáis? Con lo que me gusta a mí la piscina del camping… Pero eso es en verano y a nadie se le ocurre pasarse allí dentro 8 horas al día.
- El agua está fría al principio del entreno y después de todo ese rato ni te cuento.
- Para montar una coreografía tienes que haber repetido y oído por lo menos 8.357 veces cada trozo de la música a todo volumen, con lo que al cabo de unas horas tu cabeza parece más bien una olla a presión a punto de estallar. (Si alguna vez conoces a un nadador o waterpolista, con quien a menudo compartimos piscina, pregúntale que opina sobre las músicas de sincro).
- Es gracioso empezar a entrenar a las 8 de la mañana e ir viendo los otros equipos como entran, entrenan y salen del agua sucesivamente mientras tú sigues allí hasta el fin de los días, porque todavía vas por la repetición 64.
- Al estar en un medio acuático no puedes descansar nunca a no ser que “te cojas a la pared” como decimos nosotras. Cogerte a la pared significa nadar hasta el bordillo de la piscina y mientras tus músculos descansan tu cabeza empieza a ir a 3.000 revoluciones por minuto intentando captar toda la información del video que ha grabado la entrenadora para no volver a cometer los errores que has tenido en esa repetición.
- Para no perder ni un segundo no olvides dejar algo de comida en el bordillo. Entre revolución y revolución de tu cerebro puedes aprovechar para comer un trozo de manzana, barrita, almendra o si estás haciendo una dieta friki (que la hemos hecho) arroz con atún.
- Aguantar la respiración cuando tu músculo está sin oxígeno es un ejercicio mentalmente durísimo.
- Vístete y desvístete constantemente sin tregua.
- Uno de los momentos míticos e inexplicables es cuando miras el reloj pensando que ha pasado una hora y en realidad han pasado 12 minutos.
- Tienes que estar muy alerta y nunca creerte las típicas estafas de “ésta es la última” o “cuanto antes empecemos antes acabaremos”.
- En una piscina suele haber mucho ruido así que para oírnos a veces tenemos que gritar de una punta a otra. Eso sumado al nivel superlativo de decibelios musicales crea un ambiente de locura extrema.
Y ahora os preguntareis… Entonces, ¿se puede saber por qué seguís en esta
secta de torturas mentales y físicas? Obviamente ningún deporte de élite es fácil, pero al final te das cuenta de que no puedes vivir sin la adrenalina de competir, la ambición de mejorar, la necesidad de superarte a ti mismo y a tu rival... Además ¡ésta era la exposición de las
cosas negativas! (todo un detalle del teacher
mandarle un ejercicio tan positivo para su propia motivación). Sin las cosas buenas sería imposible continuar.
El tema es que cuando tenemos el típico día negro, donde parece que te persigue toda esta energía negativa, decimos que nos ha venido a visitar nuestra amiga “Gertru” (de
Gertrudis): una presencia horrible que se mete en tu cabeza e intenta sabotearte el entreno para
que te salga todo mal y sigas recreándote en tu propia miseria. (PD: El nombre
fue elegido por unanimidad del equipo hace varios años. PD2: Si alguien que
esté leyendo ahora mismo este blog se llama Gertrudis que sepa que no tenemos
nada en contra suyo o de su familia).
Durante sus visitas, Gertru nos obliga a enumerar ésta larga lista de cosas
desagradables de nuestro deporte juntamente con “no puedo más”, “estoy cansada”,
“no me sale” y otros grandes clásicos. Pero llega un punto en el que tocas
fondo y dices: hasta aquí hemos llegado. Entonces con la ayuda de tus
compañeras o de tu propia fuerza de voluntad, sacas a la luz tus armas de
destrucción masiva y envías a Gertru bien lejos, aproximadamente entre
Sebastopol y Kuala Lumpur. Ella siempre acaba volviendo, pero cada vez tienes
más poder sobre sus encantos, con lo que al final casi sin darte cuenta ¡tus
propias debilidades te han ayudado a mejorar!
Ésta es la magia del deporte, transformar los obstáculos en objetivos que
una vez conseguidos te permiten avanzar.
Preparación de una subida de riesgo. Imagen tomada EFE para el diario El País en Madrid, noviembre de 2011. |
Obviamente por encima de estos pensamientos negativos que enumerábamos con Irene, y que al parecer nos invaden tanto aquí como en el otro lado del charco, las cosas buenas decantan la balanza con mucha diferencia y en el momento que no sea así habrá llegado el día de replanteárnoslo y colgar definitivamente el bañador.
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